“Las revoluciones las hacen los hombres de carne y hueso y no los santos y todas acaban por crear una nueva casta privilegiada.”
Carlos Fuentes
Tiene la cara ensangrentada, las piernas temblorosas y una mirada llena de miedo. Lo sé, cualquiera tendría miedo cuando la muerte se hace inevitable. Sus ojos empiezan a llorar, su silencio lo dice todo, está esperando a que yo dé la orden para que lo maten en seguida. La lucha esta consumada, hemos vencido y ahora es momento de acabar con el último de los problemas. Después de tantos años de sufrimiento y opresión tenemos en nuestras manos al gran monstruo que llaman Estado. Las muertes que hemos soportado y provocado ya no serán nada. En tan solo unas cuantas semanas (o meses tal vez) nos encargaremos de que los medios hagan honor de los salvadores que sacrificaron su vida y deshonren a quienes nos oprimieron y cayeron defendiendo injusticia y represión. Después de todo, la gente ahora está dispuesta a acoplarse con nuestras exigencias, saben bien que nosotros ahora somos el pueblo. Ahora, frente a éste ensangrentado enemigo, sólo queda terminar lo que empezamos y arrancar sin preludios una nueva historia en este lugar, mi historia.
…
Qué frío hace. Sus miradas de odio me aterran. Él está ahí, ahora tendrá el poder y yo habré de marcharme por la puerta de atrás; que triste puede llegar a ser el instante que precede a la muerte. Entregar todo, dejar en sus manos todo lo que yo mismo construí, la superioridad innegable que me tenía en la cima. Dejarle el poder, el pueblo y la sensación de vida que hoy se aleja de mí. Estoy totalmente cubierto de sangre, mis heridas me tienen desesperado, no me dejan mover. Cómo quisiera correr, pedirle ayuda a alguien pero todos mis compañeros están muertos, pronto nos habremos convertido en los enemigos de toda la nación. Quisiera correr, por primera vez siento como el miedo invade mi cuerpo, como me lleno de odio hacía esos miserables. Jamás entendieron, fueron siempre inferiores y así habían de estarlo para siempre. No sé en qué momento perdí el control y se volcaron en contra mía, fue una sorpresa, la peor de todas las sorpresas. Ahora las lagrimas no me dejan ver sus rostros, creo que solo habrá que esperar a que él dé la orden y me disparen, después de todo ya estoy muerto, no queda nada por hacer.
…
-¡Mátenlo!- Gritó. Una serie de disparos lleno el vacío de la sala donde se encontraban y después todo fue silencio total. Ahora el poder cambiaba de manos. Encendió un cigarrillo, apartó los papeles de la mesa y se dispuso a disfrutar de su nueva estadía en la casa de gobierno. La muerte del enemigo y la ardua lucha (que había tardado años enteros en consolidarse como la elección del pueblo) ahora hacía parte del pasado. Ahora el pueblo no era superior a sus dirigentes, los dirigentes eran el pueblo, o por lo menos así lo hacían ver. La revolución había terminado. Se propuso entonces empezar de nuevo y cumplir el objetivo. Ahora tenía todo claro, el breve instante que tuvo frente a su enemigo le sirvió para entender que sería inevitable convertirse en alguien semejante. Ahora entendía por qué la necesidad de una revolución. Ahora por fin, podía comprender que existen cambios necesarios para que todo siga igual.
FIN
Por Iván Jiménez
miércoles, 3 de febrero de 2010
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