lunes, 1 de febrero de 2010

La inesperada llegada del amanecer

“La vida es extraña para la muerte, pero la muerte nunca es extraña para la vida.”
Iván Jiménez.
Al fin lo encontró. Estaba desgastado y viejo, pero al fin y al cabo era suyo y nadie podría disfrutarlo tanto como él lo estaba haciendo en este momento. Habrían pasado ya años, quizá decenas de ellos, hasta centenas podrían ser, ya ni siquiera recordaba cuanto tiempo había estado buscándolo. Pero él, su hallazgo, era esquivo. No chorreaba del fondo de la tierra como el petróleo y tampoco se recibía por haber hecho algún trabajo como el dinero, al contrario, se paseaba por ahí de vez en cuando, quizá siempre. Lo cierto es que ya mucho antes lo había visto, lo había tocado, escuchado, lo había olido y hasta saboreado, sin embargo permanecía buscándolo por todas partes y no lo lograba hallar por ningún paraje.
Desde las casas más pequeñas hasta los edificios más altos había permanecido en una búsqueda casi inagotable que nunca le produjo resultado alguno. Tan solo hoy había llegado el día para notar su presencia. Tal vez era el cansancio, tal vez era porque ya no había ningún lugar donde buscar, tal vez eran las inmensas ganas de vivir que aún le quedaban en el alma pero ante las cuales su cuerpo ya no podía responder. Pero a pesar de todo estaba feliz, el hallazgo que había hecho tenía un valor incalculable.

“Solo un tonto puede pensar que el mundo gira alrededor del sol”, solía repetirse ahora para burlarse de sí mismo y de cómo había vivido toda su vida engañado como un tonto. Por buscar lo que nunca se le perdió jamás lo pudo encontrar y por tratar de explicar lo que era inexplicable recurrió a argumentos lógicos y hasta razonables que ahora lo hacían ver como a un tonto. Todo era claro en este momento: el mundo era infinito e inexplicable, su búsqueda no había tenido el más mínimo sentido y su alma lograría mantenerse en activo sin las limitaciones y complicaciones que le implicaba un cuerpo terrenal.
El momento de partir había llegado, su nuevo hallazgo lo acompañaría en este nuevo viaje. La tristeza de su ya viejo y degastado cuerpo ya no era impedimento para el fuego y la alegría que emanaba de su alma. Nada era comparable con este sentimiento que lo agobiaba, era el momento de despedirse de un mundo de tontos, un mundo lleno de felices infelices, un mundo lleno de seres humanos. Ahora, aunque todo carecía de lógica, todo poseía importancia, cada pieza del rompecabezas encajaba en su lugar y por fin cerraba un extenso capítulo de su existencia. Después de todo, lo había encontrado, el secreto de la vida había dejado de ser un secreto para él, pero seguía siendo un misterio para el resto de los inmortales.

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